Un equipo de más de 50 mil personas opera como un cuerpo de bomberos que entra en acción cuando se declara una emergencia; la mayoría tiene otros empleos y acude al llamado.
Cuando comenzaron los incendios en Chile el 2 de febrero, el arquitecto Jorge Peña y el vendedor de seguros Cristian Lobos se quitaron la corbata, salieron de sus oficinas y se pusieron el traje de bomberos para atender la emergencia.
A pesar de que Chile vive bajo la amenaza de terremotos, tsunamis e incendios, carece de un cuerpo oficial de bomberos.
Ante las emergencias, el país sudamericano cuenta con un organismo de voluntarios de diversos perfiles profesionales, compuesto por hombres y mujeres listos para responder.
“Aquí uno sigue hasta que se muera”, dijo Lobos, quien salió de su oficina para ir combatir las llamas en Viña del Mar.
El Estado chileno no dispone de su propia institución de bomberos.
Desde 1970 esta labor la cumple un voluntariado a nivel nacional, integrado por más de 50 mil hombres y mujeres, que se financia con donaciones internacionales, aportaciones privadas y estatales.
Bajo una organización de corte militar, que cuenta con su propia academia de formación, ninguno de los miembros recibe remuneración.
Los bomberos de Chile operan como una organización no gubernamental, la más reputada del país con casi 100% de aprobación.
La crisis por los incendios pone a prueba la vocación de servicio de los voluntarios.
Jorge Peña es arquitecto, tiene 33 años y es padre de un bebé de un año. Viajó 12 horas desde el sur de Chile para combatir el fuego en Valparaíso.
“Al llegar ya había mucha destrucción. Ahora estamos en labores de remoción, liquidación de incendios y búsqueda de personas”, afirma.
“Mientras trabajaba, los focos de calor podían activarse en cualquier momento y entonces vuelve el infierno.
“Nunca había visto este nivel de violencia de un incendio forestal, que luego pasó a la vivienda y es lo más chocante”, comparte el trabajador de una empresa constructora.
Cristian Lobos vende pólizas de salud en Viña del Mar.
“Hemos rescatado víctimas en distintos estados (…) cuerpos calcinados completos, otros que están medianamente calcinados”, señala este hombre calvo de lentes, padre de tres hijos.
Lobos es voluntario hace 23 años.
“Cuando se decide, uno hace los cursos, y se mantiene (en esto) generalmente hasta que fallece”.
Desde el viernes, cuando se desencadenó la peor catástrofe que enfrenta Chile desde el terremoto y tsunami de 2010, duerme poco y sólo ha podido conversar con sus hijos por videollamada.
Por su cercanía con Villa Independencia, donde murieron al menos 19 personas, vio toda la secuencia de una tragedia: “Cómo avanzó el fuego, cómo se afectaron las casas, las vidas, los animales, los autos”.
Según Lobos, es la “más caótica y violenta” de todas las emergencias en las que ha estado. “Bomberos nuestros perdieron sus casas o vehículos, por suerte” ninguno la vida o familiares.
Pese al agotamiento, mantiene su voluntad de ayudar.
En Chile, se enorgullece, los bomberos voluntarios cuentan con la comprensión de sus patrones y familias:
“Aquí, hasta que me muera o el cuerpo me dé para seguir aportando”.
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